viernes, 26 de noviembre de 2010

La insoportable levedad de mi mismo

Publicado por Luis

He de confesar mi error carencial de querer ser amado. Por estúpido que esto parezca es casi una necesidad irrevocable el que tenga que hacerlo. A nadie le interesa, yo lo sé. A nadie le importa. Pero tengo ese nudo atorado en la garganta que grita como una mansa bestia ardiendo de irritación. Parece un falso cliché que me autoimpongo, pero es mi naturaleza de quererme expresar. Como querer correr las praderas de el autoconocimiento; con los vastos pastizales y profundos lagos de mi mente y mis memorias.


Grito para conservar la falsa pureza que conserva aquello que aún ustedes no saben (ni sabrán, si no lo quieren). Yo me encallo donde quiera, yo digo y pienso cómo acto y hago (no mucho) como debo y como puedo. pero me encuentro aquí, recordando que entre tanto grito desaforado me encuentro sólo y sólo seguiré, resignado.

“Y es tanta la tiranía de esta disimulación que aunque de raros anhelos se me hincha el corazón, tengo miradas de reto y voz de resignación."

[Hoy comienzo a leer La Insportable Levedad Del Ser :) ]

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La mejor compañía

Publicado por Luis Marín



“Vino el vértigo, volvieron los círculos, y furioso, lancé un golpe que rompió el espejo, dejándome la mano ensangrentada.” –La Tumba-


De pronto me dieron unas ganas locas de ponerme a fumar. Eran las once de la noche del domingo. Lloraba. Pensaba que tal vez todo era el resultado de un macabro y pequeño mal entendido que por obra y gracia de nosotros mismos fue creciendo de un modo exagerado y acelerado hasta terminar en catástrofe. Y heme aquí, buscando un cigarro para ponerme a fumar.

Encontré uno, y encontré vodka. Fumé y bebí y lloré sólo en casa, hasta que no pude más. Me encerré en el baño yo solo, para no levantar sospechas. Ahí, en una esquina fría y a oscuras, sólo, me encontré con mi otro ser, que conocí vez anterior en una meditación, y en el trance y la locura entendí todo:

-¿Qué es lo que sabes de él?- pregunté

-Solo lo necesario: es un chico que se sienta a las once de la noche en la esquina del baño a fumar, beber y llorar sólo…-me contestó

-Pero… ¿y qué sabes de ella?- volví a preguntar

-Lo mismo que sabes tú, sé yo… ¡Nada!

No sabía nada, excepto que no la he vuelto a ver, no le he vuelto a llamar, no la he vuelto a tocar, porque así me lo pidió.

-¿Te importa mucho?- ahora él me preguntó

-La extraño…- me limité a decir

-Pero te importa…

-Sí

-¿Mucho?

-Tal vez

Me levanté a prender la luz, y no vi nada. Tenía muy cerca el retrete para ponerme a vomitar todo lo que ahí sentía. Me miré en el espejo… era un ser diferente a mí, era otro yo. Exhalé la última bocanada de humo contra el cristal del espejo.

-Sí, sí me importa, y mucho…

-Ya lo sé- me dijo

Y volví a apagar la luz.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Del amor maduro. Parte II

Publicado por Luis



“Tal vez tú no lo sepas, regiomontana,
que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos
mi corazón quedó recordando tu boca

y fui como un herido por las calles
hasta que comprendí que había encontrado,
amor, mi territorio de besos y volcanes.”

-Pablo Neruda-

Los tiempos cambian, es cierto. Muy probablemente gustos, sueños, y proyectos que tuvimos en el pasado habrán tenido que cambiar. Perecieron sueños débiles para dar paso a nuevas metas, a nuevos ideales, a nuevos proyectos. Los tiempos cambian (o nosotros cambiamos con el tiempo). Sólo los verdaderos, fuertes y reales sueños habrán permanecido intactos y en pie para seguir luchando por verse realizados. Así mismo muy probable sea, también, que los sueños que hoy moran nuestra conciencia mañana se desvanezcan en un erial de renovación y dejará paso a un barbotar de sueños nuevos. No lo sé. Al menos, así pasa conmigo.

Sabrán (por lo que he escrito) que una parte fundamental en mi vida es el amor. Podría, de cierto modo, calificarse como una “virtud”. Por otra parte, en su defecto, mis dos grandes “pecados” son el ser muy indeciso y pasional. Es decir: “amo sin medida”.

- ¡Ey!, creo yo que estás cometiendo un grave error.

- ¿Lo crees, realmente? Dime porqué.

- Es simple: el amor sin medidas, si realmente es amor, no tiene porque representar un sufrimiento.

- Háblame más de ese pensar, por favor.

- Bueno, en primer lugar no es un pensar, sino un sentir. Cosas que, pese a no ser opuestos, sí son distintas entre sí. El amor, al igual que la vida misma, son hermosos. Pero nadie dijo que fueran fáciles. Y, hasta eso, no son complicados (complejos, tal vez… no, tampoco lo creo). Lo que sucede es que nosotros lo complicamos. Nos gusta hacernos la vida difícil, ¿Qué no?

- Sobre todo yo, siendo como yo.

- Pero eso no es malo. Aceptarte tú, tal y como eres, es, de cierto modo, una libertad plena tanto contigo como con todo y todos los demás. Aceptación plena. Sin ataduras.

Pero no nos dispersemos. Hablemos del “amor maduro”. Te decía que el amor, cuando es amor verdadero, no es un sufrimiento. Muy probablemente (y tomando en cuenta lo que he escrito en un inicio) mi amor sin condiciones es, más bien, un amor sin libertad.

Hugo Guerrero Martineiz dijo alguna vez: “Si te quiero, te recorto las alas y te dejo a mi lado para siempre; si te amo, disfruto viéndote crecer las alas y disfruto viéndote volar.” Y tú, Luis Marín, no puedes vivir sin ella. No quieres.

Ahora, por otro lado, tratar de indagar qué sucede no es del todo malo, pero te crea prejuicios (etimológicamente: juicios-previos) que nunca sabremos qué tan cerca o lejos están de la realidad, pero recurramos a éste sustento par teorizar un poco: ¿quién te asegura que ella no es feliz ahora mismo Y SIN TI? Claro, cabe la posibilidad de que ocurra todo lo contrario, o ninguno de los dos casos. Nunca lo sabremos porque NO SOMOS ELLA. No sentimos como ella. No pensamos como ella. Y por lo tanto no sabemos nada de ella.

Pero… ¿qué te pasa a ti que pretendes saber con certeza lo que la otra persona siente? Lo único válido, en todo caso, es lo que sientes tú, no lo que siente ella. Lo demás es un intento de reasegurarte.

Pregúntate si TE sientes querido, amado, necesitado y sé fiel a ese sentir tuyo.

Porque imaginemos que alguien te quiere. Te quiere mucho, muchísimo y sin embargo tú no te sientes querido en absoluto: ¿para qué te serviría su cariño?

Imaginemos ahora lo contrario, alguien que te quiere muy poco pero de manera misteriosa tú te sientes absolutamente querido: ¿vas a tomar la iniciativa de separarte de ella porque no te dice lo mucho que te quiere o porque manifiesta que no sabe lo que siente?

“hacer”, “demostrar” y “mostrar” son cosas diferentes.

“mostrar” es hacer algo evidente para que tú lo veas.

“demostrar”, en cambio, es una actitud que intenta probar algo para que tú lo creas.

Todo esto significa que cuando “muestro”, parto del prejuicio de que no ves y cuando “demuestro” parto del prejuicio de que no crees.

Cuando mi relación contigo no tiene prejuicios, cuando soy auténticamente yo y permito que seas auténticamente tú, entonces no prejuzgo. Por tanto, no te muestro nada, no te muestro que te quiero. Sólo soy yo mismo y hago lo que siento, sin ocuparme de que lo veas o de que lo creas.

Y lo veo tanto así que cuando me encuentro a mi mismo tratando de mostrar algo o queriendo demostrar lo que soy o lo que siento, me doy cuenta de que estoy manejando, de que no me estoy siendo fiel, de que estoy condicionado y condicionando. Y, últimamente, cuando muestro y demuestro, me siento ridículo.

Tienes todo el derecho de no ver, y sobre todo, el derecho de no creer. ¿Quién soy yo para querer que tú veas o creas todo lo que yo veo y creo?

Si todos estos argumentos no fueran suficientes, me pregunto: ¿Por qué supongo que no verías si no te mostrara o que no creerías si no lo demostrara?

Es evidente que la única manera es: yo, en tu lugar, no hubiera visto; o yo, en tu lugar, no creería…

¡Proyección! Pura proyección.

Porchia dice:

Si yo soy yo porque tú eres tú, y tú eres tú porque yo soy yo, entonces ni yo soy yo ni tú eres tú. Pero si yo soy yo porque yo soy yo y tú eres tú porque tú eres tú, entonces sí: tú eres tú y yo soy yo.

¿Entonces en qué consiste el verdadero “amor maduro”?. En nuestro caso, me refiero a un rompimiento amoroso, bien nos quedan las sabias palabras que son tan comerciales hoy en día pero que Swami Kurmarajadas Nos enseñó:

“Si amas algo déjalo libre, no seas posesivo. Si vuelve es tuyo; si no lo hace, nunca lo fue. Incluso dentro de una relación amorosa, la persona necesita su propio espacio. Si queremos aprender a amar, primero debemos aprender a vivir en soledad, debemos aprender a perdonar, a curar nuestras heridas, a soltar los sufrimientos del pasado. Cada relación es única. Cada nueva relación te recrea, te hace una persona distinta al abrirte a un mundo nuevo, el otro. Por tanto, no encadenes tu presente a tu pasado. Amar significa desprendernos de nuestros prejuicios, apegos, del ego y de los condicionamientos. Cada día debemos aprender a morir y renacer.”

El verdadero amor no es un gobierno instaurado en la costumbre, el hecho, la carne, lo material, los deberes, las obligaciones, las ataduras, ni las necesidades. Ambos, en una pareja, son dos universos completamente distintos.

El asunto de la pareja que no se separa me recuerda que no es lo mismo estar junto al otro que estar enganchado al otro. Y esta diferencia es vital. Juntos quiere decir próximos, en contacto, uno al lado del otro y, obviamente, aceptando la posibilidad de separación. Enganchados no tiene nada que ver con eso. Enganchados es, como su nombre indica, trabados entre sí, como dos ganchos. ¿Y esto qué significa? Significa que una parte del uno llena un hueco del otro, y viceversa.

Yo me hago cargo de todas tus partes estúpidas a cambio de que tú aceptes hacerte cargo de mis peores cambios de humor. Mientras estemos junto yo seré el estúpido y tú el loco. Pero ojo con separarnos: porque, si nos separamos, entonces tú deberás volver a ser tan estúpido como antes de conocerme y yo tan irresponsable como siempre.

La posibilidad de separarse no existe porque, al hacerlo, cada uno de los dos tendría que reasumir su propio agujero y llenarlo de sí mismo (cosa que, obviamente, no estaba dispuesto a hacer cuando aceptó el enganche). Solo estando juntos se puede intimar. Solo cuando me puedo separar tiene valor el que estemos juntos.

Y relaciono todo esto con mi propia forma de ver la pareja. Para mí, una pareja no son dos ni uno, sino tres. Tres individuos diferentes: él, ella y la pareja.

Algunas parejas llevan adelante un proyecto de convivencia basado en la postura de la pareja como uno: van a todas partes juntos, trabajan en lo mismo, tienen parejas amigas, todo en unidad. ¡Todo!

Y todo empieza a fracasar cuando se dan cuenta de que no consiguen inodoros de dos plazas. Y termina de fracasar cuando alguno de los dos (generalmente con terapia de por medio) comprueba que ha desaparecido como individuo y decide reasumirse como persona.

Hay parejas más “modernas” que intentan un planteamiento de dos individuos: Él y Ella, en la que cada uno aporta algo de sí a la relación, pero cuidando siempre su terreno y dosificando puntillosamente los momentos por compartir.

Este puede ser un excelente modelo de relación, pero no es una pareja. Porque la pareja como tal no existe, carece de proyectos, de marcos referenciales. Este individuo-pareja, desde su no existir, no crece, no se desarrolla. Y, un día, el último de los muchos puentes que unían esas dos islas se cae. Y las islas vuelven a ser islas. Independientes, sí. Y también solitarias e incomunicadas.

Dejo para el final el pensamiento más sutil y seguramente el más frecuente, aunque creo, también, el menos explícito: “La pareja está compuesta por dos individuos: yo y la pareja.” ¿Qué tal? Un poco macabro, ¿no?

Y, lo peor de todo, es que hay relaciones en las cuales este planteamiento, hecho por uno de los miembros, es acatado por el otro, que vive en función de su pareja pero carece (sólo él) de vida propia.

Todo esta perorara me sirve para tratar de comprender a tu lado porqué es tan difícil la convivencia en pareja. ¡Se trata de compatibilizar los intereses de tres!

Cuando la armonía entre los tres aparece, es hermoso…

Yo, ella y nosotros…

¡Me emociona!

Amar es aceptar la libertad de la otra persona y, por qué no, la nuestra propia. Amar es ser libre. Como eso bien lo explica: si se ama no hay dolor porque la pareja no es buscar satisfacer necesidades o intereses, sino amar a la otra persona tal cual es. Aceptación y libertad plena. Felicidad, eso es amor.

No. No has cometido un error: ¿qué te pasa con tus equivocaciones? Vives tus equivocaciones como errores. Y errar es fallar. Fallar implica, de sí, una expectativa previa de acertar. Una expectativa es un prejuicio. Un prejuicio es un condicionamiento. Y un condicionamiento es siempre una puerta que me cierro. Si vives tus equivocaciones como errores te cierras puertas.

Equivocarme es una parte de mi proceso de aprendizaje (dado que, como ya lo sabes, sin equivocaciones no hay crecimiento).

Equivocarme es el resultado de una manera de hacer algo de forma nueva, una manera de crear. Equivocarme es darme cuenta de mi valor y, a veces, porqué no, darme cuenta de mis partes estúpidas.

William Shakespeare dijo: “El sabio no se sienta para lamentarse, sino que se pone alegremente a su tarea de reparar el daño hecho.”

- Ahora contéstame tú ¿la amas?

- Sí

- ¿Cómo lo sabes?

- Porque acepto el que no esté conmigo y la probabilidad de que no lo esté nunca jamás, de nuevo. Me duele, es cierto, pero es un proceso natural del darme cuenta, del dejar de interrumpirme y de mi sano crecimiento espiritual.

- Bien, la amas. Te amas. La regaste gacho, es cierto. Pero como bien dicen tu amados gurús tacubos: “esta vez vengo buscando el corazón. Esta vez lo intentaré otra vez. Esta vez y más yo trataré de hacerlo bien, si la vida me regala otra oportunidad.”

Te reitero aquella sabia frase de Fritz Perls: “Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo. No estoy en este mundo para llenar tus expectativas y tú no estás en este mundo para llenar las mías. Tú eres tú y yo soy yo. Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso. Si no, no puede remediarse.”

Espero que te quede claro. Aunque tu amar sea una constante lucha por buscar y alcanzar la perfección, no queda más que aceptar las cosas como son.

Deberíamos intentar resolver cada vez más situaciones cuando surjan, y recuperar una y otra vez la armonía fuera-dentro, y entre yo y yo mismo. No te interrumpas… date permiso… date tiempo… date lugar… date todo…

Finalmente, eres tú, para ti, el centro del mundo en el que vives, así como yo soy para mí el centro del mundo en el que yo vivo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Sueño con serpientes

Publicado por Luis

Las burbujas que se formaban en el retrete parecían miles de minúsculos ojos que me observaban, vigilantes. De pronto un grupo de pequeños ojos se fusionaban entre ellos para formar un ojo más grande. Todos me observaban. Yo los observaba. Eran las tres de la mañana y yo estaba tirado en el azulejo de mi baño, abrazando el excusado, esperando devolver esa sobredosis de alcohol que había bebido unas horas antes. Nunca había bebido tanto, mi cuerpo no está acostumbrado. Y ¡¿qué carajos?! Todavía tomo una pastilla para el mal aliento y leo lo que me dice la fortuna en la envoltura: “Aguardiente de mi vida, ¿qué te da tanta grandeza? Yo te mando a la barriga y tú te vas pa’ la cabeza”. El destino se burla de mi.

No quería levantarme de la cama; me hubiera ahogado con mi propio vómito y sumirme en la vorágine del vértigo antes que estar abrazando una taza de baño y llorándole a tu partida. Yo me acuerdo cómo eras. ¡En verdad!, lo recuerdo. Te recuerdo con tus flores, tus vestidos, tus pinturas. Todavía no te me olvidas, lo juro. Pero ya no importa que así sea… No podía seguir acostado. No pensaba, por los giros que daba mi mente, pero estaba soñando algo muy raro. Soñaba conmigo y contigo, estábamos juntos los dos, en el sueño. Sólo en el sueño.

Hay tanto que vomitar. Hay una constelación en mi espalda, muchos granos se ven y chocan entre sí. Los opuestos se atraen, ¿será que por eso me enamoré de ti? No lo sé. También tengo sueños atorados en la garganta; flotan pensamientos en mi mente como mansos libros viejos, enredados eternamente por grilletes oxidados. Sueño.

Estoy en un harem. Bellas ninfas bailan semidesnudas a mi alrededor. Hermosas musas cantan y se bañan frente a mí. Se desnudan una a la otra, se bañan juntas y se ayudan a vestir. Algunas me sirven agua, otras me dan de comer uvas moradas en la boca. Yo estoy fumando en mi propia shisha personalizada; me recuesto en un catre como los que usaba Freud para psicoanalizar a sus víctimas (¡perdón!, quise decir: pacientes). De pronto todas realizan una seductora danza frente a mí, se mueven al compás de la música y de su coreografía que han montado en mi honor. Todos los hombres que quisieran estar en mi lugar… ¡imagínenlo! Y nadie puede estarlo. Sólo yo. Es mi harem. Yo dispongo y gobierno a mis mujeres, yo elijo a quién amar y a quién, solamente, utilizar.

Bailo con ellas, y canto, ¡qué alegría! Pero de pronto todas corren. Todas huyen. Se escapan. Intento atraparlas, agarrarlas, pero no puedo. Mis manos las atraviesan como si fueran inmateriales. No puedo tocarlas, no puedo tomarlas. Y me siento a llorar. Pero de pronto sales tú, detrás de una cortina apareces desnuda. Y lloras, también. Me tomas de la mano, me llevas hasta el catre. Y no es necesaria una relación sexual. El coito ni importa, importa tu andar. Me recuesto bocarriba, aun vestido, y tú sobre mi. Abres tu boca. Me vas a besar. Pero todas las ninfas que se fueron, empiezan a gritar. Gritan y gritan y se empiezan a callar. Después, cascabeles y silbidos. Se oye agua correr. Volteo a ver qué pasa y se arrastran pequeñas y variadas cosas blancas por el suelo. Son diminutas serpientes que se acercan a acecharnos. Tú tranquila, ni te inmutas. Yo estoy que me muero. Se forman al contorno del catre. Y tu figura se desvanece, se hace agua y termino empapado. Las serpientes ríen y empiezan a comer de mi carne que ya sin tus besos… poco vale.

Entonces desperté. Eran las tres de la mañana y seguía mareado, seguía ebrio. No quería levantarme porque al tocar el suelo con mis pies desnudos me entraría una ráfaga de certezas y la conciencia acudiría a mi mente. Y, en efecto, así fue.

Preferiría mil veces que me devoraran miles de serpientes antes que aceptar tu ausencia. Sí, difícil ha sido sobrellevar tu desamor y tu olvido despechosos, pero aún conservo esa llamita inmortal que pudiera iluminar tu andar de regreso. Pero si te vas, con distancia de por medio... no podría vivir. No sin ti, no lejos. No puedo… si te vas.

No importa. La vida sigue. Así es… quiero llorar ¡quiero vomitar!

lunes, 15 de noviembre de 2010

Pájaros

Publicado por Luis Marín



Pájaros frente a mi ventana, saltando de una antena otra.
Cantando ahí sobre sus hilos. Se echan a reír
con su lenguaje transparente en que no dicen nada.
Lenguaje sin palabaras en que se comunican sin hablar.

Pájaros frente a mi ventana, saltando de una antena a otra.
Bailando ahí sobre sus hilos, antes de caer...

-Leticia Servín-

jueves, 11 de noviembre de 2010

Sol De Media Noche

Publicado por Luis



Otra vez no puedo dormir. No sé si fue el café, el día o, en su defecto, toda la semana. Pudiera ser, también, mis últimas lecturas que sólo alterarme pueden, o bien, mis canciones dolidas que demuestran claramente mi masoquismo. O será que, últimamente, tiendo a pensar mucho y a sentir poco… (Tushé!)


Hoy no quiero hablar del “amor maduro”, que escribir sobre eso sólo me causó dualidades: altibajos y claroscuros. No, hoy quiero hablar plenamente de mi mismo:

Me siento solo. Y la soledad, como bien dijo Benedetti, también puede ser una llama. Alguna vez leí en un “Sputnik, mi amor” de Haruki Murakami una frase de Jack Kerouak que decía: "El hombre, al menos una vez en la vida, debe perderse en un erial y experimentar una soledad absoluta, sana, un poco aburrida incluso. Y así descubrirá que depende completamente de sí mismo y conocerá sus capacidades potenciales." Y aunque es obvio que no experimento una soledad plena (mucho menos absoluta) creo que, de algún u otro modo, sí estoy pasando por ese saro proceso de auto-encuentro y auto-conocimiento, cosa que no había hecho desde… nunca. Mi soledad siempre fue efímera y pasajera y, honestamente, nunca me encargué de vivirla, de sentirla, de encararla. Normalmente llenaba los huecos con distracciones, los vacíos rotundos del tiempo los cubría con compañía. Nunca estuve realmente solo. Hasta ahora…

Dice Ralph Waldo Emerson que “El hombre grande es aquel que en medio de las muchedumbres mantiene, con perfecta dulzura, la independencia de la soledad.” Y eso es lo que sí me sucede. No es que de pronto todo haya perdido interés, peso, importancia o injerencia, creo que más bien es que por fin enfrento mi duelo cara a cara; ahora enfrento a la soledad. Y es un proceso difícil. NO SÉ ESTAR SOLO. Siempre necesito de la compañía de alguien, inclusive inmaterial (eh ahí el que sea adicto al internet) y ahora que, aunque cuento con muchos amigos, nada me llena. Por vez primera quiero estar solo, de verdad (y esto puede durar unos cuantos minutos o varios años…). Quiero conservar mi autonomía. Aunque bien sé que corro el peligro de caer en eso que Octavio Paz define como el “estoicismo melancólico”. Pero es que lo anhelo, lo deseo, LO NECESITO.

El aprender a estar solo es, irónicamente, el primer paso para poder (y saber) estar en compañía.

Será que manifiesto mi Alter Ego al estar sólo y mi egocentrismo aumenta, sin embargo no creo que eso sea malo. Hay que estar bien con uno mismo para poder estar bien con los demás. “La soledad es un suplicio ingenioso de la naturaleza que hace que nos encontremos con nosotros mismos para poder valorar a los demás”. Primero estoy YO, después YO, y hasta el último YO. Porque valgo mucho más yo que cualquier otra persona (hablando de autoestima, porque mi YO revolucionario y socialista sabe que somos todos iguales). Y mi neurosis disminuye. Y ahora valgo más y ya no me dejo de nadie. No hay que cambiar de amo, hay que dejar de ser perros. No tengo miedo. Sí, sé que darse cuenta es bueno, pero a veces lastima mucho, y te crea un complejo de impotencia. Cito ahora (de nuevo) a Jorge Bucay:

“La interrupción es el mecanismo por el cual el neurótico impide que un proceso se desarrolle naturalmente y concluya por sí mismo, como en general tiende a pasar si no nos ocupamos de intentar acelerarlo…
Interrumpir, etimológicamente, significa “romper en vínculo o contacto entre dos cosas, personas o situaciones”. En nuestro caso, cortar el contacto entre lo que es y lo que será. Si pasa pasar de A a B me interrumpo infinitas veces, nunca llegaré.
El mejor ejemplo que se me ocurre es el del proceso de confusión.
Cuando algo me confunde, tengo siempre dos posibilidades. Una, tratar de salir de la confusión, y do, dejarme estar en ella.
El primer caso es el de la interrupción.
Quizá, en apariencia, se obtenga una sensación de tranquilidad, pero esa tranquilidad es por “superar” el miedo a estar confuso y no por aclarar qué y cómo me confunde.
La confusión es un proceso normal del darse cuenta: sólo a partir del contacto genuino puedo descubrir (“des-cubrir”) la realidad, y sacar las coberturas transcurre en general con cierto grado de confusión.
En el segundo caso, no me interrumpo, dejo que el proceso se complete y se agote; sabiendo que al final podré salir de él.
Salir de la confusión es, muchas veces, paradójicamente, la consecuencia de dejarme estar en ella.
La certeza es, en general, consecuencia de haber dudado y, desde este punto de vista un no sé es la expresión de la apertura y el más positivo de los caminos hacia la realidad.
Interrumpir es condenarme a mantener dentro de mi mismo una situación inconclusa, que dejará paso a nuevas interrupciones.”

Por eso prefiero estar solo y que las cosas sigan su curso.

Aclarar las cosas, creo yo, no es algo que se me dé muy bien. Siento que cuando intento aclarar me interrumpo, como dice Bucay. Ya sé que sufro el síndrome del neurótico LuisMarínquesabeloquetienequehacerperosiguedudandodetodocomosiemprelohahecho. Siento que me pierdo (SIENTO, ¡qué importante palabra!). Siento que, más bien, indago. Y esta situación es como las arenas movedizas: mientras más trato de salir, más me hundo. No lo sé…

Puedo armar mil universos de muy diversas posibilidades con respecto a esta situación que, en mi mundo de caramelo, puedan pasar. “Tú, sólo tú, eres causa de todo mi llanto, de mi desencanto y desesperación”. Y sin embargo, debo soltar…

Pero, “ahí está el detalle”: que no sé “soltar”. Ella, probablemente, ya o haya hecho y por eso su vida sigue “fluyendo sin mi”. Pero yo, honestamente ya no concibo ninguna otra forma posible de vivir… sin ella. Como diría Kioichi Katayama en su novela “Un grito de amor desde el centro del mundo”: “ es que no puedo imaginarme como sería casarme con otro, tener hijos, ser padre y envejecer al lado de otra persona.”

Podré aventurarme a intentar rehacer (más bien: continuar) mi vida sin ella. Después de todo 18 años viví sin ella, antes. No nací “con alguien”. Y puedo, yo sé que puedo, pero NO QUIERO. Pero eso sí, con mi corazón no juego, no puedo hacerlo, no es justo: puedo intentar tener (alguna vez, en un futuro lejano) otra relación de noviazgo, pero en lo que respecta al sexo nomás no. Eso será ya muy difícil. Que lo entienda quien lo entienda, si es que lo sabe entender.

Tal vez el paso más importante es el primero: intentarlo. Nunca digas nunca.


“[…] y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.” –Oliverio Girondo-