miércoles, 17 de noviembre de 2010

Sueño con serpientes

Publicado por Luis

Las burbujas que se formaban en el retrete parecían miles de minúsculos ojos que me observaban, vigilantes. De pronto un grupo de pequeños ojos se fusionaban entre ellos para formar un ojo más grande. Todos me observaban. Yo los observaba. Eran las tres de la mañana y yo estaba tirado en el azulejo de mi baño, abrazando el excusado, esperando devolver esa sobredosis de alcohol que había bebido unas horas antes. Nunca había bebido tanto, mi cuerpo no está acostumbrado. Y ¡¿qué carajos?! Todavía tomo una pastilla para el mal aliento y leo lo que me dice la fortuna en la envoltura: “Aguardiente de mi vida, ¿qué te da tanta grandeza? Yo te mando a la barriga y tú te vas pa’ la cabeza”. El destino se burla de mi.

No quería levantarme de la cama; me hubiera ahogado con mi propio vómito y sumirme en la vorágine del vértigo antes que estar abrazando una taza de baño y llorándole a tu partida. Yo me acuerdo cómo eras. ¡En verdad!, lo recuerdo. Te recuerdo con tus flores, tus vestidos, tus pinturas. Todavía no te me olvidas, lo juro. Pero ya no importa que así sea… No podía seguir acostado. No pensaba, por los giros que daba mi mente, pero estaba soñando algo muy raro. Soñaba conmigo y contigo, estábamos juntos los dos, en el sueño. Sólo en el sueño.

Hay tanto que vomitar. Hay una constelación en mi espalda, muchos granos se ven y chocan entre sí. Los opuestos se atraen, ¿será que por eso me enamoré de ti? No lo sé. También tengo sueños atorados en la garganta; flotan pensamientos en mi mente como mansos libros viejos, enredados eternamente por grilletes oxidados. Sueño.

Estoy en un harem. Bellas ninfas bailan semidesnudas a mi alrededor. Hermosas musas cantan y se bañan frente a mí. Se desnudan una a la otra, se bañan juntas y se ayudan a vestir. Algunas me sirven agua, otras me dan de comer uvas moradas en la boca. Yo estoy fumando en mi propia shisha personalizada; me recuesto en un catre como los que usaba Freud para psicoanalizar a sus víctimas (¡perdón!, quise decir: pacientes). De pronto todas realizan una seductora danza frente a mí, se mueven al compás de la música y de su coreografía que han montado en mi honor. Todos los hombres que quisieran estar en mi lugar… ¡imagínenlo! Y nadie puede estarlo. Sólo yo. Es mi harem. Yo dispongo y gobierno a mis mujeres, yo elijo a quién amar y a quién, solamente, utilizar.

Bailo con ellas, y canto, ¡qué alegría! Pero de pronto todas corren. Todas huyen. Se escapan. Intento atraparlas, agarrarlas, pero no puedo. Mis manos las atraviesan como si fueran inmateriales. No puedo tocarlas, no puedo tomarlas. Y me siento a llorar. Pero de pronto sales tú, detrás de una cortina apareces desnuda. Y lloras, también. Me tomas de la mano, me llevas hasta el catre. Y no es necesaria una relación sexual. El coito ni importa, importa tu andar. Me recuesto bocarriba, aun vestido, y tú sobre mi. Abres tu boca. Me vas a besar. Pero todas las ninfas que se fueron, empiezan a gritar. Gritan y gritan y se empiezan a callar. Después, cascabeles y silbidos. Se oye agua correr. Volteo a ver qué pasa y se arrastran pequeñas y variadas cosas blancas por el suelo. Son diminutas serpientes que se acercan a acecharnos. Tú tranquila, ni te inmutas. Yo estoy que me muero. Se forman al contorno del catre. Y tu figura se desvanece, se hace agua y termino empapado. Las serpientes ríen y empiezan a comer de mi carne que ya sin tus besos… poco vale.

Entonces desperté. Eran las tres de la mañana y seguía mareado, seguía ebrio. No quería levantarme porque al tocar el suelo con mis pies desnudos me entraría una ráfaga de certezas y la conciencia acudiría a mi mente. Y, en efecto, así fue.

Preferiría mil veces que me devoraran miles de serpientes antes que aceptar tu ausencia. Sí, difícil ha sido sobrellevar tu desamor y tu olvido despechosos, pero aún conservo esa llamita inmortal que pudiera iluminar tu andar de regreso. Pero si te vas, con distancia de por medio... no podría vivir. No sin ti, no lejos. No puedo… si te vas.

No importa. La vida sigue. Así es… quiero llorar ¡quiero vomitar!

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