viernes, 19 de noviembre de 2010

Del amor maduro. Parte II

Publicado por Luis



“Tal vez tú no lo sepas, regiomontana,
que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos
mi corazón quedó recordando tu boca

y fui como un herido por las calles
hasta que comprendí que había encontrado,
amor, mi territorio de besos y volcanes.”

-Pablo Neruda-

Los tiempos cambian, es cierto. Muy probablemente gustos, sueños, y proyectos que tuvimos en el pasado habrán tenido que cambiar. Perecieron sueños débiles para dar paso a nuevas metas, a nuevos ideales, a nuevos proyectos. Los tiempos cambian (o nosotros cambiamos con el tiempo). Sólo los verdaderos, fuertes y reales sueños habrán permanecido intactos y en pie para seguir luchando por verse realizados. Así mismo muy probable sea, también, que los sueños que hoy moran nuestra conciencia mañana se desvanezcan en un erial de renovación y dejará paso a un barbotar de sueños nuevos. No lo sé. Al menos, así pasa conmigo.

Sabrán (por lo que he escrito) que una parte fundamental en mi vida es el amor. Podría, de cierto modo, calificarse como una “virtud”. Por otra parte, en su defecto, mis dos grandes “pecados” son el ser muy indeciso y pasional. Es decir: “amo sin medida”.

- ¡Ey!, creo yo que estás cometiendo un grave error.

- ¿Lo crees, realmente? Dime porqué.

- Es simple: el amor sin medidas, si realmente es amor, no tiene porque representar un sufrimiento.

- Háblame más de ese pensar, por favor.

- Bueno, en primer lugar no es un pensar, sino un sentir. Cosas que, pese a no ser opuestos, sí son distintas entre sí. El amor, al igual que la vida misma, son hermosos. Pero nadie dijo que fueran fáciles. Y, hasta eso, no son complicados (complejos, tal vez… no, tampoco lo creo). Lo que sucede es que nosotros lo complicamos. Nos gusta hacernos la vida difícil, ¿Qué no?

- Sobre todo yo, siendo como yo.

- Pero eso no es malo. Aceptarte tú, tal y como eres, es, de cierto modo, una libertad plena tanto contigo como con todo y todos los demás. Aceptación plena. Sin ataduras.

Pero no nos dispersemos. Hablemos del “amor maduro”. Te decía que el amor, cuando es amor verdadero, no es un sufrimiento. Muy probablemente (y tomando en cuenta lo que he escrito en un inicio) mi amor sin condiciones es, más bien, un amor sin libertad.

Hugo Guerrero Martineiz dijo alguna vez: “Si te quiero, te recorto las alas y te dejo a mi lado para siempre; si te amo, disfruto viéndote crecer las alas y disfruto viéndote volar.” Y tú, Luis Marín, no puedes vivir sin ella. No quieres.

Ahora, por otro lado, tratar de indagar qué sucede no es del todo malo, pero te crea prejuicios (etimológicamente: juicios-previos) que nunca sabremos qué tan cerca o lejos están de la realidad, pero recurramos a éste sustento par teorizar un poco: ¿quién te asegura que ella no es feliz ahora mismo Y SIN TI? Claro, cabe la posibilidad de que ocurra todo lo contrario, o ninguno de los dos casos. Nunca lo sabremos porque NO SOMOS ELLA. No sentimos como ella. No pensamos como ella. Y por lo tanto no sabemos nada de ella.

Pero… ¿qué te pasa a ti que pretendes saber con certeza lo que la otra persona siente? Lo único válido, en todo caso, es lo que sientes tú, no lo que siente ella. Lo demás es un intento de reasegurarte.

Pregúntate si TE sientes querido, amado, necesitado y sé fiel a ese sentir tuyo.

Porque imaginemos que alguien te quiere. Te quiere mucho, muchísimo y sin embargo tú no te sientes querido en absoluto: ¿para qué te serviría su cariño?

Imaginemos ahora lo contrario, alguien que te quiere muy poco pero de manera misteriosa tú te sientes absolutamente querido: ¿vas a tomar la iniciativa de separarte de ella porque no te dice lo mucho que te quiere o porque manifiesta que no sabe lo que siente?

“hacer”, “demostrar” y “mostrar” son cosas diferentes.

“mostrar” es hacer algo evidente para que tú lo veas.

“demostrar”, en cambio, es una actitud que intenta probar algo para que tú lo creas.

Todo esto significa que cuando “muestro”, parto del prejuicio de que no ves y cuando “demuestro” parto del prejuicio de que no crees.

Cuando mi relación contigo no tiene prejuicios, cuando soy auténticamente yo y permito que seas auténticamente tú, entonces no prejuzgo. Por tanto, no te muestro nada, no te muestro que te quiero. Sólo soy yo mismo y hago lo que siento, sin ocuparme de que lo veas o de que lo creas.

Y lo veo tanto así que cuando me encuentro a mi mismo tratando de mostrar algo o queriendo demostrar lo que soy o lo que siento, me doy cuenta de que estoy manejando, de que no me estoy siendo fiel, de que estoy condicionado y condicionando. Y, últimamente, cuando muestro y demuestro, me siento ridículo.

Tienes todo el derecho de no ver, y sobre todo, el derecho de no creer. ¿Quién soy yo para querer que tú veas o creas todo lo que yo veo y creo?

Si todos estos argumentos no fueran suficientes, me pregunto: ¿Por qué supongo que no verías si no te mostrara o que no creerías si no lo demostrara?

Es evidente que la única manera es: yo, en tu lugar, no hubiera visto; o yo, en tu lugar, no creería…

¡Proyección! Pura proyección.

Porchia dice:

Si yo soy yo porque tú eres tú, y tú eres tú porque yo soy yo, entonces ni yo soy yo ni tú eres tú. Pero si yo soy yo porque yo soy yo y tú eres tú porque tú eres tú, entonces sí: tú eres tú y yo soy yo.

¿Entonces en qué consiste el verdadero “amor maduro”?. En nuestro caso, me refiero a un rompimiento amoroso, bien nos quedan las sabias palabras que son tan comerciales hoy en día pero que Swami Kurmarajadas Nos enseñó:

“Si amas algo déjalo libre, no seas posesivo. Si vuelve es tuyo; si no lo hace, nunca lo fue. Incluso dentro de una relación amorosa, la persona necesita su propio espacio. Si queremos aprender a amar, primero debemos aprender a vivir en soledad, debemos aprender a perdonar, a curar nuestras heridas, a soltar los sufrimientos del pasado. Cada relación es única. Cada nueva relación te recrea, te hace una persona distinta al abrirte a un mundo nuevo, el otro. Por tanto, no encadenes tu presente a tu pasado. Amar significa desprendernos de nuestros prejuicios, apegos, del ego y de los condicionamientos. Cada día debemos aprender a morir y renacer.”

El verdadero amor no es un gobierno instaurado en la costumbre, el hecho, la carne, lo material, los deberes, las obligaciones, las ataduras, ni las necesidades. Ambos, en una pareja, son dos universos completamente distintos.

El asunto de la pareja que no se separa me recuerda que no es lo mismo estar junto al otro que estar enganchado al otro. Y esta diferencia es vital. Juntos quiere decir próximos, en contacto, uno al lado del otro y, obviamente, aceptando la posibilidad de separación. Enganchados no tiene nada que ver con eso. Enganchados es, como su nombre indica, trabados entre sí, como dos ganchos. ¿Y esto qué significa? Significa que una parte del uno llena un hueco del otro, y viceversa.

Yo me hago cargo de todas tus partes estúpidas a cambio de que tú aceptes hacerte cargo de mis peores cambios de humor. Mientras estemos junto yo seré el estúpido y tú el loco. Pero ojo con separarnos: porque, si nos separamos, entonces tú deberás volver a ser tan estúpido como antes de conocerme y yo tan irresponsable como siempre.

La posibilidad de separarse no existe porque, al hacerlo, cada uno de los dos tendría que reasumir su propio agujero y llenarlo de sí mismo (cosa que, obviamente, no estaba dispuesto a hacer cuando aceptó el enganche). Solo estando juntos se puede intimar. Solo cuando me puedo separar tiene valor el que estemos juntos.

Y relaciono todo esto con mi propia forma de ver la pareja. Para mí, una pareja no son dos ni uno, sino tres. Tres individuos diferentes: él, ella y la pareja.

Algunas parejas llevan adelante un proyecto de convivencia basado en la postura de la pareja como uno: van a todas partes juntos, trabajan en lo mismo, tienen parejas amigas, todo en unidad. ¡Todo!

Y todo empieza a fracasar cuando se dan cuenta de que no consiguen inodoros de dos plazas. Y termina de fracasar cuando alguno de los dos (generalmente con terapia de por medio) comprueba que ha desaparecido como individuo y decide reasumirse como persona.

Hay parejas más “modernas” que intentan un planteamiento de dos individuos: Él y Ella, en la que cada uno aporta algo de sí a la relación, pero cuidando siempre su terreno y dosificando puntillosamente los momentos por compartir.

Este puede ser un excelente modelo de relación, pero no es una pareja. Porque la pareja como tal no existe, carece de proyectos, de marcos referenciales. Este individuo-pareja, desde su no existir, no crece, no se desarrolla. Y, un día, el último de los muchos puentes que unían esas dos islas se cae. Y las islas vuelven a ser islas. Independientes, sí. Y también solitarias e incomunicadas.

Dejo para el final el pensamiento más sutil y seguramente el más frecuente, aunque creo, también, el menos explícito: “La pareja está compuesta por dos individuos: yo y la pareja.” ¿Qué tal? Un poco macabro, ¿no?

Y, lo peor de todo, es que hay relaciones en las cuales este planteamiento, hecho por uno de los miembros, es acatado por el otro, que vive en función de su pareja pero carece (sólo él) de vida propia.

Todo esta perorara me sirve para tratar de comprender a tu lado porqué es tan difícil la convivencia en pareja. ¡Se trata de compatibilizar los intereses de tres!

Cuando la armonía entre los tres aparece, es hermoso…

Yo, ella y nosotros…

¡Me emociona!

Amar es aceptar la libertad de la otra persona y, por qué no, la nuestra propia. Amar es ser libre. Como eso bien lo explica: si se ama no hay dolor porque la pareja no es buscar satisfacer necesidades o intereses, sino amar a la otra persona tal cual es. Aceptación y libertad plena. Felicidad, eso es amor.

No. No has cometido un error: ¿qué te pasa con tus equivocaciones? Vives tus equivocaciones como errores. Y errar es fallar. Fallar implica, de sí, una expectativa previa de acertar. Una expectativa es un prejuicio. Un prejuicio es un condicionamiento. Y un condicionamiento es siempre una puerta que me cierro. Si vives tus equivocaciones como errores te cierras puertas.

Equivocarme es una parte de mi proceso de aprendizaje (dado que, como ya lo sabes, sin equivocaciones no hay crecimiento).

Equivocarme es el resultado de una manera de hacer algo de forma nueva, una manera de crear. Equivocarme es darme cuenta de mi valor y, a veces, porqué no, darme cuenta de mis partes estúpidas.

William Shakespeare dijo: “El sabio no se sienta para lamentarse, sino que se pone alegremente a su tarea de reparar el daño hecho.”

- Ahora contéstame tú ¿la amas?

- Sí

- ¿Cómo lo sabes?

- Porque acepto el que no esté conmigo y la probabilidad de que no lo esté nunca jamás, de nuevo. Me duele, es cierto, pero es un proceso natural del darme cuenta, del dejar de interrumpirme y de mi sano crecimiento espiritual.

- Bien, la amas. Te amas. La regaste gacho, es cierto. Pero como bien dicen tu amados gurús tacubos: “esta vez vengo buscando el corazón. Esta vez lo intentaré otra vez. Esta vez y más yo trataré de hacerlo bien, si la vida me regala otra oportunidad.”

Te reitero aquella sabia frase de Fritz Perls: “Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo. No estoy en este mundo para llenar tus expectativas y tú no estás en este mundo para llenar las mías. Tú eres tú y yo soy yo. Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso. Si no, no puede remediarse.”

Espero que te quede claro. Aunque tu amar sea una constante lucha por buscar y alcanzar la perfección, no queda más que aceptar las cosas como son.

Deberíamos intentar resolver cada vez más situaciones cuando surjan, y recuperar una y otra vez la armonía fuera-dentro, y entre yo y yo mismo. No te interrumpas… date permiso… date tiempo… date lugar… date todo…

Finalmente, eres tú, para ti, el centro del mundo en el que vives, así como yo soy para mí el centro del mundo en el que yo vivo.

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