miércoles, 6 de enero de 2010

A corazón abierto.

Publicado por Luis


“Hay un problema en el que los escritores nos pasamos la vida peleándonos con nosotros mismos y sin terminar nunca de aclararnos, y es la razón por la que escribimos: ¿Lo hacemos por vanidad, por dinero, por afanes de ayudar a alguien, por la fama, porque no sabemos hacer otra cosa? La verdad es que, probablemente, haya tantas respuestas como escritores y que, incluso, un mismo escritor va cambiando de metas a lo largo de los años y, a veces, hasta en el curso de pocos días.

Los que escriben por dinero se equivocan, ciertamente. Porque hay mil actividades humanas en las que ganarían más y con menos esfuerzo. Son poquísimos los autores para quienes la pluma acaba resultándoles rentable, a no ser que, como suele decir un amigo mío escritor, tengan como él, además, una granja avícola.

Más compasión merecerían los que escriben por la fama que pueden conseguir. ¿Hay algo más casquivano en la fama, algo que dependa más de las circunstancias y menos de la verdadera calidad? Cuántos escritores vivieron en palmitas de su público y fueron olvidados a los poquísimos años de su muerte. Y, viceversa, cuántos no fueron conocidos en vida y sólo mucho después de su muerte –a veces hasta cuatro siglos después, como le ocurrió a San Juan de la Cruz- alcanzaron el esplendor de su nombre. Y, en definitiva, ¿Qué hay que sea mas decepcionante que la fama, que te puede divertir en un primer momento, pero que te hastía una vez que la has saboreado en algo?

Y hay quienes escriben por la belleza, por el logro de la perfección: no morirse sin dejar un poema o una página “definitivos”. Pero, ¿hay algo mas subjetivo que la belleza y la perfección? La valoración de una obra tiene tantas variantes como lectores. Y, por lo demás, un poema perfecto ¿produce mayor placer que el de tener una joya en el dedo anular de la mano derecha?

Muchos escriben –y esto si lo entiendo yo- no por egoísmo, pero si para “ser queridos”. Y lo entiendo porque todo ser humano es pordiosero del amor, un mendicante de cariño. Aquí sí que es insaciable el alma humana, tan desvalida, tan hambrienta de caricias. Y, efectivamente, ser querido es un premio por el que todo trabajo es pequeño.

Pero aun más grande es, me parece a mí, el escritor que escribe porque quiere él, o, más claro: el que lo hace como un acto de servicio, para ser útil él a sus posibles lectores.

Voy a confesar ingenuamente que a mí me gustaría ser de estos últimos. De hecho, cuando alguien me dice: “¡Qué bonito era tal o cual artículo!” apenas siento placer alguno. Te gusta gustar, claro. Pero para mí el gran elogio es cuando alguien me dice: “¡Qué útil me fue tal artículo!” o “¡Cuánto me ayudó!”.

Pero ahora viene el mayor de los problemas: ¿cómo y en qué puede un escritor ayudar a sus lectores? No crean ustedes que la respuesta es fácil, porque aquí las cosas vuelven a dividirse ya que hay escritores que inquietan y escritores que aquietan; los que entienden su pluma como un aguijón para despertar dormidos y los que la ven como un calmante para serenar angustiados o para animar a los cansados. Aquí es donde me encuentro yo indeciso.

Si ustedes me hubieran preguntado esto mismo hace 20 años yo no habría dudado un segundo: escribo para inquietar, para sacar a la gente de su sueño. Habría hecho plenamente mías las palabras que no hace mucho afirmaba un gran escritor, magnífico amigo mío: “El deber del escritor es exponer la negrura de la vida que la mayoría trata de ignorar. Para los humanistas trágicos la función del arte no es consolar o confortar, mucho menos deleitar, sino inquietar, diciendo un verdad que siempre es mal recibida.”

Hace veinte años, ya les digo, yo estaba plenamente convencido de esto. Me parecía que el gran problema del hombre era que la mayoría vivía dormida, dejándose resbalar por la vida, pero sin vivir, sin querer siquiera ver el amargo “espesor” de la realidad.

¿Qué mejor entonces que ser despertador de conciencias, de aguijoneador de cobardes, de mártir solitario por decir la “verdad” que a nadie le gusta?

Pero veinte años después ya no estoy nada seguro de que la mayoría este dormida y no vea la negrura de la vida. El tiempo ha ido descubriéndome que son más los que viven angustiados de ese drama: que no es que no “quieran ver” lo que deben hacer, sino que de hecho “no ven” las salidas porque su misma angustia se lo impide. Entonces –pienso yo- no puedo “engañarles” pintándoles una realidad color de rosa, pero tal vez los escritores deberíamos ayudar más a entender, serenar a las almas, descubrirle esos gozosos rincones de alegría que también existen y nadie quiere ver. No se trata, pues, de “consolar” a nadie, pero sí de ayudar a muchos.

Mas quizá la respuesta esté en que cada escritor cumpla con su vocación, y el nacido para inquietar inquiete, mientras que el nacido para aclarar ayude. Esto lo ha habido siempre y en todas las artes. Fra Angélico o Boticelli aquietan; Miguel Ángel o El Greco inquietan. Bach o Vivaldi aquietan y Beethoven o Schumann inquietan. ¿Y porque preferir los unos a los otros? E, incluso, porque no aceptar que un mismo escritor tenga días inquietantes o días consoladores. Algún amigo me echó una vez en cara que en mis artículos había domingos de apocalipsis, en que me parecía que el mundo es una porquería, y otros en los que todo me parecía bueno. Posiblemente la verdad esté, no en medio, sino en los dos extremos a la vez. Porque ¿No es cierto que la realidad humana tiene tantos rostros como días transcurren? En todo caso, lo que yo me perdonaría a mi mismo –y lo digo como propósito para el 91 que comienza- es que pasara un solo domingo sin abrir mi corazón y dárselo a quienes me leen con el suyo abierto.”

-José Luis Martín Descalzo –


RAZONES DESDE LA OTRA ORILLA

3 comentarios:

  1. Primero...quitaste un cuento que vi por aquí, donde había una imagen con dos manzanas...pero esos textos no me gustan leerlos cuando me estoy congelando, por eso lo iba a dejar para al rato que hubiera consumido un buen chocolate...
    Segundo, me gustó mucho este texto, qué bueno que lo compartes...sí, todos los que nos llamamos escritores porque escribimos, pues...tenemos esos demonios...

    Sigo, y te recomiendo sigas este consejo que me dio un señorón llamado Raúl Moncada, que ha andado por las letras mucho tiempo:

    No importa si no tienes inspiración... Si ya no tienes nada qué opinar, entonces preocúpate.

    Esto es mío: Si no quedan hojas, ni papel, ni teclados de computadoras, ni bolígrafos, ni tinta para escribir...cortaré mis venas y con ellas escribiré en las paredes, en una camisa, en tu cara... ¿para qué vivir sin escribir?

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  2. Anthony Burgess alguna vez dijo que los escritores arman historias y textos, si el lector puede o quiere ver algo en ellos es personal e independiente. Saludos.

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  3. Me gusta la nueva imagen del blog.
    Queda genial.

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