sábado, 9 de enero de 2010

La vida de gato.

Publicado por Luis



Tuve que interrumpir mi sueño. Últimamente ha estado haciendo mucho frío, a pesar de ser de día. Este enero ha sido el más frío que he vivido; sé que no he vivido mucho, pero lo suficiente para juzgar que es el más frío que he vivido (dos años, dos eneros). No fue el frío lo que me despertó, fue la lluvia. ¡Fría! Mi pelaje me sirve, es cierto, pero como les repito: hace mucho frío. Me refugié dentro de la casa de los señores dueños, mis dueños. Fue extraño que me dejaran pasar, pero lo hicieron (o tal vez ni se percataron que entré), y me coloqué no junto al fuego, que de seguro si me cachaban me corrían a patadas de ahí. Por si sí o por si no, más vale prevenir que lamentar, no me acerqué con ellos.

Me fui directito a la ventana, no sé por qué, me dieron ganas, tal vez. Tuve que pasar por la estantería de unos recipientes de cristal que el señor toma cada vez que llegan visitas, o como él lo dice: “cuando hay ocasión buena pa’ celebrar”. No sé qué rayos contengan aquellos recipientes, pero me dan miedo. Son muy bellos por fuera, hasta para mí, la forma… supongo que los colores también lo son, pero es lo de adentro lo que realmente importa. Supongo que es una especie de veneno, aunque no termino de entender porque les gustan tanto aquellos líquidos extraños, si cada vez que los prueban comienzan las extrañeces: discusiones, llantos, hacer el ridículo, y hablar puras incoherencias. Sabú, el gato de la otra cuadra me ha contado que en la casa de sus dueños se pone más fea la cosa, que aquel líquido extraño provoca tal efecto en sus amos que han llegado a los golpes. Ahora, si para un gato como yo un manotazo o una patada duelen hasta la punta de la cola, imagínense lo que no será un puñetazo o un cinturonazo para los humanos. Y sin embargo… no me termino de explicar porque les gusta tanto aquella cosa. La ves pasada el amo dejó la botella en el suelo, después de quedarse dormido al terminar una larga ronda de te quiero’s y llanto irónico. La botella se calló y yo me acerque, solo por curiosidad, probé aquel extraño elixir: “¡QUÉ ASCO!”. La cosa esa sabe horrible… y definitivamente, no cabe duda de que los dichos están bien dichos, la curiosidad mató al gato. Esa cosa me dejó con un extraño dolor en las patas, en las orejas, en la cola y en la panza, al otro día. Si no morí aseguro que por lo menos terminó con una de mis 7 vidas.

Por eso tuve que pasar con cuidado entre esas trampas mortales. Cuidando, claro, de que también no se cayeran de aquellas estanterías e hicieran ruido y un reguero seguros de un golpe y un regaño, además de unos días sin comida; y con eso de que en el barrio la comida escasea no me quise arriesgar.

Pasé, después de aquel infierno, por la colección del amo más joven. Unas extrañas cosas que contienen hojas de papel blanco con la extraña escritura que utilizan los humanos cuando maullar no les es suficiente, ¡perdón!, hablar. Aquellas cosas me hacen sentir, por lo menos más seguro, hasta me agradan. El amo pasa horas traduciendo ese lenguaje extraño en su mente, usa los ojos para mirar y la mente para entender. El los llama libros. Parecen divertidos, aunque para un gato como yo más divertido sería comer, dormir, o cazar, las noches también son un buen paraíso. Sí, supongo que para cualquier otro gato sería aburrido. Aunque para el amo esto parece apasionarle. Lo malo es que los deja todos regados, luego se enoja con la ama o con el amo más pequeño por no encontrar “libros” que desde la semana pasado ha dejado enterrado tras el reguero de ropa y demás “libros”. Hoy los ha acomodado de una forma extraña: como los edificios de la ciudad contigua. Eso es bueno, puedo trepar en ellos y llegar por fin a mi objetivo, al fin que solo tienen la forma y no el tamaño de los edificios.

Lo hago, y me acerco, por fin, a la ventana. Me paro ahí, tranquilo, y entonces veo que continúa lloviendo afuera. Qué suerte que aun no notan mi presencia, o tal vez les da igual. Como sea. Es divertido ver a las gotas cayendo directamente hacia mis bigotes o mi nariz y no poder llegar a su objetivo, se estrellan contra la ventana: “¡Já!, no me han mojado” –pienso-.

Los señores amos se reúnen en familia, es extraño verlos así, casi nunca lo hacen, supongo que es una ocasión especial. Solo espero que el amo mayor no empiece de nuevo a beber ese extraño y horrible elixir.

Se juntan alrededor del fuego, como si fueran a jugar o a asar “malvados bizcos”. Qué lindo. El amo joven ha tomado sus vidrios para ver mejor y ha tomado un libro de la estantería-edificio. No nota mi presencia (por suerte), y se dirige a juntarse con su manada-familia. Comienza la lectura y no pasa mucho tiempo cuando el amo más pequeño se queda dormido en los brazos de la madre. Lo besa en la frente. Me pregunto si mi madre me lamia la cara cuando me quedaba dormida sobre su barriga. No recuerdo a mi madre. Para un gato 2 años son como 20 años humanos. Hace mucho que no la veo.

El amo ha empezado con otro gusto extraño. Tampoco le encuentro chiste alguno. Él lo llama: puro. Aunque he visto algunos purillos más pequeños por las calles. Que extraños son los humanos, ciertamente. Un gato se mata tratando de conseguir algún desperdicio en la basura, algún ratón o pajarillo despistado o conformándose con el poco alimento que les dan los amos. Como ya les había mencionado, la comida escasea mucho por estas fechas cuando más falta hacen. Las temporadas cambian mucho, esta ha sido la más pesada, y la más fría.

Empieza a tragarse aquel humo extraño. No falta mucho para que tosa como los viejos del lugar aquel donde toman un líquido café y traducen libros más delgados pero más grandes sin portada que los cubra y de un extraño colorcillo gris. Aquellos viejos sí que están locos. Toser les produce placer, supongo. Porque les gustan los puros y purillos de todos tamaños y colores. Yo me atraganto con bolas de pelos que vomito de vez en cuando, pero ellos a pesar de no saca pelos por su hocico tosen continuamente, lo que equivaldría al dolor que yo siento en el pescuezo cada vez que expulso esas horribles bolas de pelo. Supongo que lamerme es como si me tragara aquel humo horrible, tiene la misma reacción. Pero el amo aun no tose, y espero que nunca lo haga, es horrible escucharlos toser continuamente, le espantan el sueño a uno. Pero el olor no me agrada, así que me muevo un poco a la derecha. Sé que no huiré por mucho tiempo del hedor, pero por lo menos disfrutaré por unos minutos de la vista afuera y el aire limpio.

Bien, ya por fin en mí objetivo y alejado del bullicio de las historias que el amor traduce de sus libros, me dispongo a disfrutar de la vista afuera: lluvia.

Veo pasar a La Bola, la gata de la esquina. Huyendo, sin duda, de la lluvia. Pobrecilla, ella es tan pobre (y tan fea) que nadie la quiere, no tiene hogar. A mí me agrada, es muy sencilla y humilde, a pesar de estar siempre amarrándose las tripas mientras consigue con habilidad algún alimento resguarda lo que ella llama “sus tesoros” los tiene escondidos en aquella casa abandonada de la esquina. Me ha llevada allí. Tiene gustos extraños: recoge latas, botella como las del amo, solo que de plástico, recoge zapatos de la basura y de vez en cuando alguna cosa buena, como sombreros o calzoncillos, es divertido verla con su colección de privacidad sin pudor. Ahora se dirige a su refugio secreto, supongo.

¿Ahora qué? Los humanos tienen una extraña reacción de resignación ante la derrota. Pasan todos empapados pero caminando con una lentitud incomprensible. Pues ya se mojaron, ¿que más pueden hacer? Cosas extrañas.

Un gato para sobrevivir en este mundo de humanos tiene que cazar, jugar con ellos y esperar a que le den a uno algo pa’ la barriga. Ser gato. Pero me he dado cuenta de que los humanos, para ser humanos tienen que ser varios humanos a la vez. Sí, el amo los llama de diferentes formas: “plumeros”, “polecias”, “electicos”, “lavanderos”, etc. Entonces, un humano para ser humano debe ser todo eso. Mientras un gato debe ser gato, simplemente. Por eso y a pesar de que la temporada está dura, me agrada ser lo que soy: un gato.

¡Vaya!, ha dejado de llover. Los amos no se percatan de esto… ¿me despido de ellos? Tengo que ir con Torobolino a la otra cuadra pa’ ver si consiguió algo de carne de aquel lugar donde los humanos van a comer. De vez en cuando nos topamos con algún humano caritativo que nos da un poco de sus sobras.

¡Total!... ¡paso!

Le lamo las patas a la ama, no sin antes de acariciarme contra sus medias y ronronear tiernamente (finjo ser tierno, eso a los humanos les agrada. Pero la verdad es que ya me quiero ir, lo hago por compromiso) pero ella grita, mejor me voy… la he asustado, eso significa regaño o un golpe, y sin desayuno mañana. El amo me toma hábilmente entre sus grotescos dedotes de salchicha. Y me acerca a su horrible cara. Grita en mi cara como si entendiera todo lo que dice. Su saliva cae en mis bigotes y le huele fea la boca, hasta alcanzo a oler el humo de aquel puro. Me zarandea. “Esto me saco por querer dar las gracias por las supuesta hospitalidad que más bien fue falta de atención –pienso yo para mí- ahora un golpe.” Y, ciertamente, recibo un manotazo en el lomo. Me duele. Lo rasguño. Me tira al suelo. Creo que no entiende que soy gato: caigo con mis cuatro patas acolchonadas sin recibir ningún daño. El pequeño amo se despierta y comienza a maullar de incertidumbre. Yo me largo. Aun escucho como el amo grita en el lenguaje humano. Barbaridades, supongo. Yo, para insultar a otro gato basta un “miau”, mientras para dar las gracias, para decir: te quiero, para decir: estas feo, para decir: ¿Qué hay de comer? Basta simplemente ese mismo “miau”.

“¡Miau, para ti!” – le digo indignado al amo, mientras el dolor sigue presente en mi lomo. Mejor voy a ver qué hay de comer.

¡Rayos!, ha comenzado a llover de nuevo, y el agua fría, como de costumbre. Ya no me sorprende. Pero no me arrepiento de nada, por nada cambiaría estar aquí afuera, en el frío, buscando comida, por estar sentadote como el amo, fumando sus puros asquerosos, escuchando historias del amo joven que me aburrirían y que de por sí no entiendo.

Me gusta la vida de gato.

Torobolino, ha conseguido comida, me maúlla que corra junto a él, que La Bola nos prestará su refugio para una cena entre amigos. Y efectivamente, aparece la gata detrás junto con Sabú. Excelente: ya conseguí comida, techo y compañía por hoy. Amo mi vida de gato.

4 comentarios:

  1. qué agradable ha sido leer este bonito relato!!
    será por qué me gustan-fascinan los gatos??
    mau!
    :D

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  2. Qué gato tan amable y tierno...

    el mío piensa y habla diferente, se cree niño, a veces se le olvida que esá atrapado en el cuerpo de un felino mimado...jeje

    Me gustó, saludos Maese Luis

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