lunes, 1 de noviembre de 2010

El amor maduro. Parte I

Publicado por Luis



Me di cuenta hasta hace cinco minutos de lo propenso y sensible que soy al cambio y todo lo que eso implica; pero no en el mejor sentido de la palabra, sino todo lo contrario. Me refiero: no al cambio “bueno”, positivo, al que se ve con optimismo y encara con determinación el oscuro porvenir. No, ése no. Me refiero al otro cambio, en el que me dejo caer, así, sin más ni más.

Estaba dando vueltas en la cama hace cinco minutos, pensando en ella, de nuevo. Recordándola. Y le di, una vez más, una vuelta completita al asunto (¡esto de la infidelidad es un desmadre!) recorriendo los mismos recovecos del recuerdo, la misma angustia y el mismo silencio, los mismos sinsentido de siempre. Llegando siempre a la misma conclusión: TODOS SOMOS UNA BOLA DE INMADUROS, Y PUNTO FINAL. Y, en efecto, así es. Y amén por eso.

Seguía dando vueltas en la cama buscando una respuesta como una piedra filosofal a mis preguntas. Normalmente siempre daba con pretextos morteros, placebos conformistas como chivos expiatorios. Comodines que yo mismo me inventaba para dejar de joder y dormirme de una buena vez, pero no esta vez. Creo que de tanto pensar y pensar di con algo nuevo, con algo que no había dado las otras veces:

Empecé dándome cuenta de que, quiera aceptarlo o no, estoy pasando por una etapa de desenfreno para desahogarme y encontrar consuelo y alivio en algún mágico lugar; de ahí derivé en que, debido a lo mismo, me he vuelto más egocéntrico, vanidoso, orgulloso y narcisista; por lo tanto no he pensado en nadie más que en mi. Entonces di en el clavo. Me di cuenta de que siempre vi el problema desde MI punto de vista. Jamás me tomé la molestia de preguntarme qué sentía ella, hasta ahora…

¿Qué sentirá ella?

Es obvio que la respuesta no es sencilla. Ignoro completamente lo que ella siente o pueda sentir. Disto años luz de tener una pizca de noción de lo que pueda estar pasando por su mente y por su corazón, ¿y qué le vamos a hacer? La respuesta, si la hay, sería banal. Artificial. Inventada, por supuesto…

Creo que el mejor modo de tener un boceto surrealista de su sentir sería no inventarlo, sino vivirlo. Es decir: ponerme en su lugar. Y así lo hice:

¿Qué sentiría yo, en primera, si fuera mujer? Nunca las he entendido y dudo poder hacerlo algún día, pero por lo que las he conocido sé que son muy sensibles, celosas, rencorosas y orgullosas. Bien, es un avance. Ahora, en específico: ¿Qué sentiría yo si fuera ELLA? Bueno, ella es muy hermética con sus sentimientos y para ella es muy fácil disfrazar su sentir. Pero, normalmente, cuando lo hace siempre ocupa sentimientos opuestos para disimular un poco. Así que… no debe estar tan bien como ella dice estarlo (tal vez, sólo tal vez). Ahora comprendo un poco más. Sigamos: ¿qué sentiría si fuera ELLA y mi novio (o sea: yo) me hubiera sido infiel? –este paso es mucho más difícil puesto que ya estoy tocando mi propia integridad, procuro ser lo más honesto posible, sobre todo conmigo mismo- bueno, es obvio que me sentiría mal, como cualquier otra persona que pase por lo mismo… ¿qué tanto? Bueno, eso ya depende mucho del amor que me tenía y la confianza que había depositado en mi… y ella me quería mucho, yo lo sé. Confiaba en mi. De acuerdo: le dolió mucho. Ahora algo aún peor, una pregunta mucho más cruel y dolorosa: ¿qué sentiría yo si fuera ELLA y mi pareja me hubiera sido infiel con una amiga mía? –(¡chic!)- yo le partiría su cara (a ambos) pero yo no soy yo. Soy ELLA. Y lo que ELLA haría sería mandarlos muy al carajo a los dos (y, con razón, es lo que hizo). Me quedaría el coraje y el resentimiento por parte de los dos. Ambos traicionaron mi confianza. ¡Ya veo!, ahora entiendo todo.

Pero me quedan aún muchas dudas. Ya aclaré lo que, probablemente, sienta, pero… ¿qué sigue? Bueno, por parte de ELLA será mejor olvidar todo y seguir adelante, alejarse mucho de lo que fue, pero dudando un poco de si alejarse o no de la posibilidad de que pueda volver a ser.

Todo esto lo pensé (me gustaría decir que, de cierto modo, lo descubrí) hace cinco minutos. Ahora sigo pensando, ¿qué sigue, Luis? Ahora que tengo una probable noción de lo que pasa… ¡no sé!

Alguna vez una amiga me hablaba del amor maduro. Parecía algo muy complejo puesto que no podía explicarlo bien, no sabía cómo exponerlo (será porque es algo que, simplemente, no se puede explicar ni entender, simplemente se vive). Ahora me pregunto yo: ¿qué carajos es el amor maduro?

Creo que la mejor explicación (más bien: exposición) sobre ése tema la leí alguna vez de Jorge Bucay:

* “[…] Empecemos por lo obvio. El amor es un sentimiento y, como tal, está, por supuesto, relacionado con el sentir… ¿sentir qué?

No sin antes recordarte que no hay absolutos, te cuento que lo que más me gusta identificar a mí con el amor es lo que define Joseph Zinker como: el regocijo por la simple existencia de otra persona, o quizá debería decir de lo amado (persona o no).

Esto significa que amar es independiente de lo que lo amado haga, diga o tenga; que mi amor no depende de que lo amado esté a mi lado o se vaya; que cuando amo no me aferro, no manipulo, no presiono. Que amar, finalmente, es la aceptación total del otro.

Recuerdo ahora a Carl Rogers:

Cuando percibo tu aceptación total, entonces, y solo entonces, puedo mostrarte mi yo más suave, mi yo más delicado, mi yo más amoroso y, sobre todo, sólo entonces, puedo mostrarte mi yo más vulnerable.

Esto separa dentro de mí el amor de tres cosas que suelen confundirse con amar:

• Estar enamorado.

• Querer.

• Necesitar.

Necesitar es la imprescindibilidad de algo (como el oxígeno). Y yo, personalmente, dudo que se pueda necesitar a alguien. Sí, sé que a veces me autoconvenzo de que “necesito” a alguien. Y, sin embargo, también sé que me miento cuando así lo creo.

Siento que cuando “te necesito” dependo de ti para sobrevivir, te obligo implícitamente a hacerte cargo de mi afecto, desaparezco como persona e intento transformarte en alimento vital.

Querer, en cambio, sabe que no existe tal necesidad. Pero “querer” en realidad proviene del latín quarere, y significa “tratar de obtener”.

“Querer” es el deseo, el apetito. “ Querer” es querer para mí. Si “te quiero” te estoy implicando en una suerte de pertenencia, en una petición, no en una exigencia de estar, de permanecer, de darme, de valorarme.

Y aun cuando en el lenguaje coloquial utilicemos el “te quiero” como sinónimo, no está mal la idea de ser conscientes de lo que decirnos para alejarnos del afán posesivo, que indudablemente pocas cosas buenas construye para el amor.

Estar enamorado no tiene nada que ver con todo lo anterior porque, para mí, “estar enamorado” no es un sentimiento sino una pasión.

De pasión dice el Diccionario de la Real Academia: “1. Acción de padecer. 2. Lo contrario a la acción. 3. Estado pasivo en el sujeto. 4. Perturbación o afecto desordenado del ánimo”.

Que la pasión es perturbadora, no tengo, personalmente, ninguna duda. ¡Pero atención! Esto no quiere decir desagradable.


Si yo pudiera elegir cómo sentir a las personas de mí alrededor, elegiría enamorarme con toda la intensidad de la que soy capaz.
Elegiría que mientras esa pasión disminuye, debajo de ella creciera el sentimiento.
Elegiría que ni yo ni el otro nos asustáramos de la desaparición de la pasión y que supiéramos enfrentarnos con el cambio de intensidad por profundidad…
Elegiría que ese sentimiento fuera amor y no sólo querer.
Y, finalmente, elegiría que se diera la posibilidad de reenamorarme, de vez en cuando, de la persona que amo.”

(No lo pude haber dicho mejor…)

Pues yo no lo sé de cierto, sólo supongo. Y supongo que en mi caso (y en todos los casos de todas las demás personas) todo tiene solución. A veces no lo parece, o la solución que aparece no parece factible, a veces duele mucho, pero todos los cambios son para bien, aunque duelan. Y, como ya lo dije antes, soy y estoy muy susceptible al cambio y todo lo que eso implica.

Ahora mismo no puedo hacer absolutamente nada, excepto intentar dormir y dejar de pensar tanto. Pero, con respecto al amor maduro…

Creo que lo mejor será cerrar las heridas que quedaron abiertas, y ayudar a sanar las que yo mismo abrí (sin esperar nada a cambio, es decir: que ella vuelva). Sanar yo mismo mis propias heridas y aceptar con humildad su ayuda (si es que me quiere ayudar) a que ella cierre las heridas que me abrió –porque yo acepto mi parte de responsabilidad de que la relación fallara y terminara, sin embargo para que la cierra corte tiene que ir y venir. Yo hice cosas malas, lo admito, pero ella…-. Eso costará tiempo y esfuerzo, pero como dijo Haruki Murakami: “La vida es esencialmente injusta. De eso no cabe la menor duda. Pero creo que incluso de las injusticias es posible extraer lo que de “justicia” haya en ellas. Puede que ello cueste tiempo y esfuerzo. Y puede que ese tiempo y ese esfuerzo sean en vano. Decidir si merece o no la pena intentar extraer esa “justicia” es algo que, por supuesto, queda al criterio de cada uno” (y a mi criterio, vale mucho la pena).

Es obvio que nada volverá a ser igual. Como me dijo una amiga alguna vez: “Hay cosas que se perdonan pero no se olvidan”. Nada pasa dos veces del mismo modo, pero no tiene por qué. La cosa no es “olvidar” eso es imposible. Creo yo que lo más “maduro” en este caso es perdonar (y saber cómo hacerlo) y aceptar, y caminar… si se da, se dará, si no, no hay remedio. Como dijo Fritz Perls: “Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo. No estoy en este mundo para llenar tus expectativas y tú no estás en este mundo para llenar las mías. Tú eres tú y yo soy yo. Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso. Si no, no puede remediarse.”

Pero estas son sugestiones mías, son ideas raras que se me ocurren. Aún no sé lo que es el amor maduro pero el intentar materializarlo me ha ayudado a darme cuenta de muchas cosas.

* Tomado del libro Cartas Para Claudia, de Jorge Bucay.

1 comentario: