miércoles, 20 de octubre de 2010

Sputnik

Publicado por Luis

Sputnik, Mi amor

*Cuando terminé Sputnik, mi amor, escribí este cuento. Es el primero que he trabajado en el taller. Espero que les guste y por favor denme su opinión de cómo quedó el trabajo.


Me sudaban las manos. Sentía más el sudor en la mano derecha, con la que sujetaba el teléfono. Estaba nervioso. Apretaba fuerte el auricular contra mi oído, y el timbre resonaba en mi cabeza [¡Biiip, biiip!]

-Contesta, contesta…

Era importante que lo hiciera, por lo menos para mí. Llevaba cuatro meses planeando todo, esperando realizar esa llamada. Fue muy complicado organizar todo y ponerlo en orden. Mucho tiempo, mucho esfuerzo que se reducía sólo a esta agonía de esperar que contestara. Y no lo hacía… [¡Biiip, biiip!]

-¿Bueno?- era ella, sin duda.

-Hola…

-¡Hola!

-Necesito hablar contigo –Me puse serio. Así debía ser.

-… Sí, claro. Dime, ¿qué pasa?

-No, por teléfono no. ¿Puedo verte?

-¿Ahora?

-Sí. Misma hora, mismo lugar.

-… Está bien.

-Adiós -dije, y colgué. Ni siquiera supe si contestó después de mi tajante despedida.

Eran las cuatro de la tarde, faltaba una hora para la “hora de siempre”. La vería en el “café de siempre”, en donde fue nuestra primera cita. No necesitaba arreglarme. Necesitaba, más bien, tranquilizarme, calmarme, ordenar mis ideas… ¿cómo se lo diría?

“Mira, Dalia, he cambiado ¿ves mi perfil? Entré al gimnasio, tú siempre me decías que me faltaba brazo, ¡Ahora mira!”

No, muy altanero. Falso. Es cierto que cambié físicamente por ella, por complacer sus “exigencias”, pero era algo minúsculo, muy lejos del tema a tratar. Muy absurdo. Superficial.

Busqué otra introducción:

“Dalia, desde que terminó lo nuestro no he podido olvidarte. He hecho hasta lo imposible porque de ti nazca regresar. Conseguí empleo y junté dinero suficiente para vivir juntos, con sustento, ¿aceptas?”

Sí, claro. Maravilloso sería que fuera así de fácil.

No sabía qué hacer… ¿cómo decírselo?

Tomé un autobús a las 4:30p.m., tardaría media hora en llegar al café desde mi casa. Me llevé un libro de bolsillo, pero ni siquiera lo hojeé. Mejor imaginaba, me imaginaba que era un satélite. El autobús y todos los pasajeros también lo eran. Era un caos, un hermoso caos. Cada quien seguíamos nuestra propia órbita. La mía era hacia el café, con la esperanza de perderme con Dalia en el espacio. No me importaba el camino de los demás. Era uno de esos instantes en la vida de los satélites en que nos encontrábamos, un instante, para no volver a vernos jamás. Al bajarme del autobús ellos se perderían, silenciosos, en el universo oscuro de sus respectivas vidas. Me sentí pesado, frío, solo, flotando… así, con la sensación de ser un pedazo frío de metal en el espacio, llegué al café.

Cuando entré, la busqué con la mirada, pero no llegaba aún. Como no quería darle vueltas a “mi asunto” retomé la idea de los satélites (tiendo a mal viajarme de éste modo muy seguido). Alguna vez leí que Sputnik en ruso, significa: “Compañero de viaje”. Yo no me llamaría así su fuera satélite. Mejor me quedaría un nombre que traducido al español dictara: “peor es nada”.

Por un momento me imaginé ya en la charla pidiéndole a Dalia que fuera mi Sputnik, y que me aceptara para ser su “peor es nada”. Pero, al igual que cualquier satélite artificial, me sentía suspendido en la nada. Dos satélites no pueden (no deben) estar juntos.

Pedí un café. Mientras esperaba pensaba en los beneficios de vivir en el espacio. No tendría que presentar exámenes, ni tendría que levantarme a tales horas; si lo quería, me alejaba un poco del sol y dormía lo que quisiera. Pero pronto deseché la idea. Un satélite ya tiene una órbita fija pre-programada. Y las ventajas pasaron a ser desventajas. Pensé en las órbitas a seguir como el inevitable destino. ¿Habrá existido alguna vez algún satélite que se haya salido de su órbita?, si no, yo sería el primero, entonces…

Dalia llegó tarde, como siempre. Se sentó frente a mí, indiferente, como siempre. Me dediqué un momento a contemplarla. Hermosa, bien arreglada. Un poco distraída. Pensaba en algo, como yo en el Sputnik hace unos minutos.

-Tengo algo que decirte –comencé -verás… desde que tú y yo terminamos…

-¡Espera! –Me interrumpió ella- no quiero escucharlo. Justo pensaba no venir. Sabía que ibas a tocar el tema. Yo no quiero hablar de eso. Yo no pienso volver. Aunque jures que cambiaste mucho, aunque yo lo haya hecho… no quiero. No puedo volver contigo. Lo nuestro ya pasó ¿entiendes? Suéltalo… No nos olvidaremos uno del otro, es obvio, pero ya pasó. Por favor, olvídalo.

No pensé. Por un momento me fui más allá de los límites de las capas de la tierra. Floté en el espacio perdido, sin rumbo.

-No lo entiendo… entonces, ¿para qué has venido hasta acá a decírmelo si bien pudiste hacerlo por teléfono?

-Quería despedirme de ti como Dios manda –Y me besó…

Así como llegó, se fue. No pude decir, ni hacer nada. Fue imprevisto. Las cosas nunca salen como uno quisiera, pero eso ya lo sabía. Cuatro meses de arduo trabajo… tirados a la basura.

Pronto el mundo a mi alrededor perdió todo matiz. Todo se oscureció y entonces sí era un satélite flotando en la nada. Imaginaba a Dios jugando con nuestro destino; trazándonos una ruta hacia una colisión espacial. Nadie se acordará de mí mientras mis pedazos de metal floten en el cosmos. Veía a mi Sputnik alejarse y seguir con su patética órbita; sabía que ella también quería romper el esquema, pero no había marcha atrás. Yo, perdido en el espacio. Nadie se percataría de mi ausencia, así como nadie se percató nunca de mi existencia. Todos me olvidarán; excepto, tal vez, la que algún día fue mi compañera de viaje…

2 comentarios:

  1. Oh Por Dios!!!


    me encantooo!! lo ameee en verdad!
    y por si fuera poco Mi escritor Favorito
    es Haruki Murakami, que bueno que te inspiro
    su libro! oh Luis! creo que me eh enamorado!

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  2. Bueno, aquí todas las observaciones que pueda hacer hacia tu texto sobran y creo que ya te lo dijeron en el taller.

    A mí me gusto bastante... Felicidades Luis!!!

    =)

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